Parece que fue ayer cuando corrías de un lado para otro en Melbourne, en 2001, como un niño con zapatos nuevos que con grandes ojos observaba todo lo que sucedía a su alrededor.
Ahora, 17 años después, tras haber librado mil batallas y varias guerras en el “apasionante circo de la F1”, anuncias que es tiempo de “cambios” y que tu objetivo de ser el “mejor del Mundo” (algo que no has negado nunca…) no pasa por un campeonato que te ha borrado por completo la sonrisa del rostro, y sí por explorar otros donde “despertar” nuevamente al niño que siempre ganaba todas las carreras de karting aunque no hubiera cruzado la meta en primer lugar.
Pero ya sabes que este “negocio” es así: te muestra su lado bueno, su mejor cara, y te atrapa irremediablemente. Por suerte, sí eres capaz de dar un paso al lado (nunca para atrás ni para impulsarte) y ver cómo es realmente te das cuenta del “cartón encolado”.
Ese es el instante en que los valores y los códigos te enseñan que los “cantos de sirena” siempre han llevado a naufragios y que, si eres capaz de mirar al horizonte y ver a lo lejos el faro de la realidad, debes luchar para alcanzarlo por difícil que sea.
Lejos han quedado momentos de explosiva felicidad y abrazos interesados, como los que recibías en Spa Francorchamps el año 2000 tras tu gran victoria en la prueba de la F.3000.
Un triunfo espectacular que provocó más de una situación muy complicada en el paddock de la F1 cuando algunos acudieron “a regañadientes” y con “mal humor”, tras ser obligados a ello, para felicitarte en el motor home de prensa de Minardi y posar a tu lado con sonrisa de Joker.
Algunos que con el paso de los años han olvidado los comentarios y las palabras que dijeron aquel día y han seguido abrazándote una y otra vez sin descubrir que en el momento de esa fotografía tu ya sabías todo lo que había pasado.
No es momento ahora para “desvelar más secretos”, pues es mejor guardarlos en el cajón de “lo que no vale la pena” y seguir respirando el aire de libertad que te ofrece la vida fuera de ese negocio en el que los salmones se sienten ahogados nadando entre bancos de sardinas cegadas por las luces del circo.
Si realmente has decidido “subir río arriba”, enhorabuena. Seguro que un día u otro nos encontramos en un recodo del camino y tal vez seamos capaces de sonreír mirando la corriente bajar.